Hablemos
sobre flechas
Fangio
decía que manejar un Mercedes era manejar la gloria; aquella máquina
que conducía el gran campeón nada tiene que ver con la que
arrasa por estos días la máxima categoría.
Por Alfredo Parga
Especial para La
Nacion deportiva
Fecha de publicación
09.03.1998
(Tras el Gran Premio de
Australia 98 de Formula 1)
Con su palabra suave y convincente;
firmemente, Juan Manuel Fangio ordenaba su recuerdo. Implacable.
"La Mercedes no se rompía.
Bastaba con cuidarla un poco. Yo disfruté corriendo esa máquina
porque manejarla era manejar la gloria. Entre una parte de 1954 y todo
1955, corrí doce Grand Prix para Mercedes. Y gané ocho. Salí
una vez segundo, otra tercero y otra vez cuarto. Abandoné únicamente
en Mónaco del '55, cuando todo el equipo vivía un día
negro de trabajo, porque ninguno de los coches funcionaba.
"Eso de ganar el 75 por
ciento de las carreras me permitía alcanzar un índice de
eficiencia tan alto como para que yo me topara con el límite de
la perfección. La Flecha de Plata; uno de los coches de carrera
más rápidos de la historia, con una cantidad de soluciones
de vanguardia, como la inyección de combustible, la suspensión
independiente en las cuatro ruedas, el comando desmodrónico de las
válvulas, el chasis completamente triangulado..."
Juan Manuel abría
la pausa de un silencio para recordar semejante maravilla sobre ruedas
y volvía a soñar...
La auténtica Flecha
Hablar hoy del McLaren-Mercedes
como Flecha de Plata es como faltar el respeto a la historia. La historia
es una cosa muy seria, rigurosa, adusta si usted quiere, que no puede ni
debe ser maltratada. La historia no puede ser modificada simplemente porque
nos venga bien o nos convenga. No.
Este híbrido aparentemente
bien estructurado que acaba de ganar el Grand Prix de Australia tiene un
chasis inglés, es impulsado por un motor alemán y calza cubiertas
japonesas. Por añadidura lo conduce hasta un finlandés. Algo
así como un rompecabezas de "naciones unidas", que se refugian en
la combinación total para conseguir el mejor resultado.
Declarar que este nuevo
Fórmula 1 se trata de una Flecha de Plata es olvidar que aquel W196
R -creado por los ingenieros Uhlenhaut, Scherenberg y Nallinger- hasta
tenía cubiertas alemanas (Continental). Un motor de avanzada, alemán.
Un chasis -también alemán- anticipado veinte años
a las concepciones de la época. Y hasta el color gris-plata que
identificaría casi siempre a los productos de competición
de Alemania.Fuera Mercedes, Auto Union o cualesquiera de las otras marcas
generosas que atronaban en el relampagueante Avus, en el intrincado viejo
Nurburg o en cualquiera de los difíciles dibujos alemanes. Aquel
W196 R, con un director técnico inolvidable -Alfred Neubauer- únicamente
consentía, a favor de una inteligente política de competición,
la incorporación de pilotos superdotados de otras nacionalidades.
Fangio, primero; después, Stirling Moss. Simplemente porque los
astros que había tenido el país habían muerto o estaban
confundidos entre las brumas de la segunda gran guerra. Y no eran fácilmente
rescatables para correr, como que Karl Kling agregaba su ocaso a la juventud
turbulenta de Hermann Lang, Hans Herrmann y Hans Klenk. Apenas...
Un piloto argentino
Entonces Mercedes recurría
a Fangio. De un modo tan generoso que el contrato que el argentino tenía
con la casa de la estrella de las tres puntas era único: mientras
el coche se ponía a punto con el argentino, Juan Manuel tenía
libertad para correr cualquier otro auto. Y ganar los premios que ganara.
Si no conseguía figurar
bien, Mercedes recompensaba su esfuerzo como si el esfuerzo hubiera sido
fructífero. Una libertad absoluta, única.
Cuando el coche al fin quedaba
listo para correr, a partir del Grand Prix de Francia, Juan Manuel pasaba
a ser su primer hombre. Siempre. Operando en compañía de
mecánicos muy fieles, empezaba a ganar.
Y Alemania a tener el elemento
que le permitía recuperar la dignidad de su industria, que sería
el escudo para el que trabajaba Fangio con su talento. No por nada, después
de que el balcarceño se marchara hacia otros espacios para seguir
su eterna carrera, Mercedes sigue unida a su nombre como reconocimiento.
Lo que es tan único como el contrato del inolvidable balcarceño.
Hoy, la auténtica,
la única Flecha de Plata es aquella que se movilizó desde
el 4 de julio de 1954 en Reims hasta el 11 de septiembre de 1955, en Monza.
Después, la casa de Stuttgart consideraba que su misión estaba
cumplida. Que no quedaba nada más por ganar. Y que era mejor dejar
el campo para que la competencia pudiera volver a correr y a competir.
Sin alcanzar nunca a Mercedes.
Esta no es aquélla...
Esta máquina que consiguió
el 1-2 en Australia no debe ser denominada Flecha de Plata. No corresponde.
Es injusto. Tiene el gris-plata por una razón comercial y la explotación
más comercial -todavía- de una leyenda.
No es un coche alemán,
siquiera. Es una combinación de tecnología que podrá
funcionar bien o mejor que lo que lo hizo, todavía, cosa que únicamente
el tiempo sabe. Queda por verse si la señal de duda que instaló
Jean Todt (director deportivo de Ferrari) en relación con el sistema
que opera los frenos que usa el McLaren-Mercedes está dentro de
la ley.
Otra muestra irreconciliable
con la historia. La Flecha de Plata jamás estuvo en litigio alguno.
Unicamente mereció el asombroso respeto de propios y extraños.
Ganó sin una sombra de sospecha. Sin discusiones.
Esto no parece estar ocurriendo
en Melbourne. "Ron Dennis (patrón de McLaren) -suele sostener Frank
Williams, dueño de su escudería- es capaz de cualquier cosa
para ganar". El inválido constructor de Grove lo sabe en carne propia.
Que al fin y al cabo, él tuvo que negociar de apuro con los árabes
cuando Dennis le robaba un motor.
No. En Melbourne no ganó
la Flecha de Plata. Ganó otro auto. No una Flecha.
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