2001 Francia - Reims, El último campo de batalla de Juan Manuel Fangio <>
 
 
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Reims, 
El último campo de batalla de Juan Manuel Fangio.
Una cosa producida por el síndrome postvacacional de GUS.

I

Circuito de Reims utilizado en 1950Cuentan los libros de Historia que tras cuatro años de sangrientos e intensísimos combates los alemanes tuvieron que levantar la línea de defensa y abandonar Verdún; pero es mentira. Siguen allí.

Tomando el desayuno en un modesto hotel de Verdún solo escucho conversaciones en lengua bárbara por las mesas de mi derredor; los coches de matrícula tedesca invaden la ciudad y ni siquiera los japoneses se hacen notar de tanto germano como abunda.
Por la entrada de la ciudad subterránea llegan a la par un autobús cargado de jubilados alemanes y otro lleno de jubilados anglosajones. Del Café sale un grupo más de franceses veteranos. Se miran, se sonríen; mezclan sus ruidosos bullicios respectivos en uno solo multilingüal mientras entran en las trincheras. Que bueno que el tiempo pasó para bien, pienso.

El alma vuela evocando los dramas del pasado mientras abandono Verdún, como no, por la Vía Sacra. Rememoro las imágenes de aquellos primitivos camiones abasteciendo el frente por el mismo lugar que ahora transito, un único "glorioso y heroico" hilo umbilical que salvó los ejércitos franceses del desastre. Abandono la ciudad recordando imágenes y datos que se agolpan (toda la visita fue así) en mi mente. Por un momento el anuncio del Mcdonald de Verdún y un concesionario de la Seat que aparecen al borde de la "sacra cuneta" me rompen el influjo, pero enseguida recupero la ensoñación, el estado de animo, el trance o lo que quiera que sea esta manera de sentirse.

La mañana está fría mientras entro en lo que un cartel me dice son "Terrenos de Argonne y Verdún. Campos de batalla 1914-1918" y los "recuerdo" como paisaje lunar en blanco y negro castigados hasta la saciedad por los morterazos de cuatro años de irracional y recíproco fanatismo. Ahora los cruzo en una tranquilísima mañana de fin de semana. Es muy temprano. Los bosques frondosos de altísimos árboles han sustituido hace mucho tiempo los cráteres de los generales asesinos. Allí, ahora, solo el sol pelea y triunfa sobre la bruma matinal destapando toda una gama de tonos verdes por doquier. No hay estruendo de explosivos sino trinos de pájaros y rumor de brisa suave sobre la vegetación. La única nota discordante es el ronroneo de mi vehículo que, símbolo de todo esto quizás, porta matrícula alemana (de hecho se llama Fritz según asegura su dueña) pero es un Renault.

Viejos campos de Batalla. El tiempo pasó por fortuna y yo parto en busca de escenarios de peleas más agradables de evocar. Entro a la Autopista de Metz rumbo a París. La próxima aglomeración urbana en el camino es la ciudad de Reims.

II

Las torres de la impresionante catedral gótica de Reims me obligan a parar. Recorro sus fachadas buscando a un viejo conocido; "el ángel de la catedral de Reims", paradigma de la nueva tendencia artística que se imponía al románico, con su característica "sonrisa arcaica" como ejemplo de las nuevas ansias naturalistas del estilo. Tantas veces me lo topé en clase de arte, en los famosos exámenes de diapositivas de la facultad, que ahora tengo que ir a saludarlo. Cómo iba a dejar de hacerlo. 

Lo busco entonces, y efectivamente allí está; como si detrás de la esquina fuera a surgir de pronto el profesor Valdivieso dispuesto a asestarme otra vez más una de sus famosas puñaladas verbales: "A ver, Morales, abrévieme las características de la escultura gótica". Pero yo permanezco tranquilo porque ahora está conmigo el viejo ángel de Reims dispuesto a ayudarme ilustrando mi respuesta. "Hola, ángel", lo saludo, "que bueno tenerte delante al fin"; pero él se limita a sonreir "arcaicamente". Sigue sonriendo el tío después de tantos siglos. ¿Qué sabrá él que nosotros no sabemos?
 

III

Torre de controlA la salida de Reims dejo la autopista y afronto la carretera N1 en dirección a Soissons. "Debe ser por aquí, en algún lugar a mi izquierda", me auto indico. Por estos campos el sol aún pierde la batalla contra la fresca bruma norteña que apenas me deja ver unos cientos de metros más allá, pero me pongo a buscar de todas formas.
La primera salida a la izquierda que me decido a seguir termina pronto en algo así como una granja. "Volvamos atrás, Fritz". La segunda, es una carretera estrecha sin apenas cuneta que se prolonga en línea recta hasta perderse allá adelante en el silencio matinal y la niebla que ahora ya empieza a disiparse. 

Avanzo por esta recta lentamente, siempre derecho, sin ni siquiera caer en la cuenta de que ya estoy en el sitio al que quiero llegar. Incluso pienso "Joder, que recta más larga" sin percatarme ni sospechar que no es "una recta" sino "la recta".

Recta principalPero el despiste solo dura un instante más porque de pronto,  el borde de la ruta se abre en una gran cuneta plana y me muestra edificios alargados flanqueando la calzada: una especie de torre de control semiderruida, un extraño esqueleto de metal que ... ¿qué diablos es?, unos edificios techados que cuajados de desconchones como signo inequívoco de abandono, se prolongan hacia delante.... Paro el coche en esa especie de cuneta ancha. Miro al otro lado de la carretera... y si: son graderíos. Vuelvo la cabeza y me topo a mi derecha, justo a un palmo de mi nariz, con un largo edificio abierto hacia delante, dividido en compartimentos regulares con un pequeño muro separándolos del asfalto según la vieja usanza de las antiguas instalaciones de este tipo. Y entonces es un escalofrío intenso que recorriendo mi espina dorsal transforma mi epidermis en pura piel de gallina el que padezco o disfruto cuando mi pensamiento concluye, sin lugar a dudas: "Es aquí. Estoy parado en la línea de boxes del circuito de Reims".

La bruma se va y aprovechándolo miro hacia atrás, al sitio por donde he venido, y ahora sí que lo reconozco: "La recta de meta. Es la interminable recta de meta de Reims. Has venido por la mismísima recta que tantas veces has visto en fotos y películas y ni siquiera te has dado cuenta, gilipoyas". Hablo conmigo mismo, claro.
 

IV

TribunasSalgo del coche. Lo recorro todo tocándolo incrédulo. Las tribunas dominan el otro lado de la carretera. Una pequeña al principio; una mayor y muy alargada después. Aun con síntomas evidentes del largo olvido, las dos siguen enteras. Sus paredes conservan un estuco claro, sucio y erosionado, las gradas de cemento desnudo muestran todavía los números de cada asiento en pintura azul aun bien visible, los frontales dejan adivinar aun lo que en otro tiempo fueron coloridos anuncios de lubricantes, prensa deportiva o carburantes en tonos ahora desvaídos y difuminados. La maleza invade los graderíos como en otro tiempo lo hicieron los aficionados.

Otro tanto sucede a este lado de la pista. La línea de boxes permanece deteriorada pero en pie. Los distintos compartimentos se alinean casi intactos a ambos lados del bloque central de Dirección de Carrera con su torre y gradas altas aun erguidas. Los marcos metálicos de los ventanales todavía están en su sitio. Pero todo está vacío. 
Solo la vegetación y la penumbra ocupan el espacio antes hiperpoblado y bullicioso, vibrante y sonoro de los distintos stands.

Otra imagen de la recta principalAlgún coche aislado recorre la carretera. Vuelvo la vista al paso de uno de ellos. Es un Mercedes color plata que "cruza la meta" a considerable velocidad. ¿Han sido imaginaciones mias? ¡que me aspen si no era Rudi Caracciola quien iba al volante!. 

No pienses tonterías, no desvaríes; como diablos iba a ser... ¿y ese ruido de motor? Viene de ese Box. Si allí detrás de los arbustos, en las sombras....¡mil demonios aparecidos! Es el mecánico Zanardi regulando la carburación del Alfeta haciendo un ruido de mil demonios ante la atenta mirada de Fagioli y el doctor Farina. Incluso huelo perfectamente el aceite de ricino que le meten en el depósito. ¿Pero como puede ser? ¿cómo pueden estar aquí?¿Y esta algarabía a mi alrededor?

StandsDonde antes había matorrales ahora hay un mar de público bullicioso, lo que antes eran ramas agitadas por el viento son ahora brazos que enarbolan sus sombreros y pañuelos al paso de los héroes.... ¿Y los héroes? ¡Han venido todos! Allí enfrente Chirón departe tranquilamente con Collins, Benoist y Rindt;  apoyado en su Bugatti, Dreyfus charla con Taruffi y Jim Clark que apoya el pie en su superbajo Lotus. Sentados en el mureto Rodríguez, Lang y Brabham observan al viejo Neubauer que imparte ordenes al ejército de mecánicos. Seaman charla con Moss, hombres de Su Majestad en la corte de la estrella de tres puntas, y Von Brauchitsch se ríe del ridículo cochecito que Von Trips alinea en la parrilla: una cosita roja de litro y medio que parece de juguete junto a su descomunal motor Mercedes. Wimille saluda a su afición camino de su máquina azul con la famosa calandra de herradura. También empujan sus bólidos por la pista hacia la salida Castelloti, los dos Hill, Divo, Campari, Rosier, Ascari. ¡que buena carrera va a ser esta!. Villoresi lo mira todo departiendo con el público en compañía de Mclaren y el príncipe Bira; y allí en la baranda está Musso con la mirada perdida. Parece meditar. "No salgas a correr Luigi, por lo que más quieras no salgas a correr", le grito. No parece haberme oído.

PadokNo soy el único que grita. Ante las risas de Surtess y Chinetti, por el Pit Lane viene corriendo hacia mí el mismísimo Etancelín dando voces. Su gorra se le escapó por el viento. La cazo, se la entrego. El se la pone con la visera del revés como siempre mientras se percata de mi llavero con el emblema del cavallino rampante.

-Grazie tante- me dice.
- Prego.

Y los altavoces anuncian el inicio de esta genial carrera y todos los motores rugen. Y alzo la vista y allí viene bajando las escaleras el ínclito Charles Farroux desplegando su bandera tricolor para el comienzo y su ajedrezada para el final.
Vista traseraLa mañana avanza. Los coches pasan ahora con más asiduidad. Alfas, Mercedes, Audi.
Unas veces parecen turismos actuales, otros bólidos de otro tiempo... ¿quien va en cabeza?. No sé. Yo hago fotos. Algún conductor cuyo rostro no reconozco entre tantos familiares que están pasando se me queda mirando con cara de extrañeza.
Casi puedo adivinar lo que piensa: "¿que hará tan temprano este tío solo aquí en medio?". Solo dice, cuando están Petulet y el Cabezón, Varzi, Sommer, Bandini, Hawthorn, Brooks, Bonnier e incluso el gran Nuvolari.... Solo dice; en este bullicio de gentes curiosas, y periodistas, y mecánicos; en este estruendo de Grandes Premios mezclados y en desarrollo....

Pero sí, un simple soplo de la brisa en mi cara basta para borrar tanta imagen agolpada y ahora que miro bien, todo está desierto y en ruinas. Ni siquiera tengo que frotarme los ojos para que los espíritus desaparezcan en un momento. Allí parado en medio de la línea de boxes simplemente he debido experimentar una ensoñación del pasado, o quizás ha sido una aparición múltiple de los fantasmas que pueblan el lugar... como ese Maserati que ahora avanza hacia mí y se para justo al lado. El piloto viene serio, baja del coche profundamente exhausto y dice "se acabó". Y todos, fantasmas o no, asentimos con una mueca de disgusto resignado, y yo digo: Si, lástima; pero fue fantástico. Estuvo increíble campeón". Él entonces me mira y me saluda:

Fritz, el compañero de Gus- Hola hombre del futuro. Me llegó el eco de que uno por fin puede igualar mis logros.

- Solo tus números, Chueco. Solo tus números.

Y monto en el pequeño Renault y me alejo del pasado marchando por la interminable recta de meta de Reims. Viejos campos de batalla ahora sumidos en la quietud matinal. Ese tiempo, el implacable, el que pasó... solo esta huella agridulce nos dejó.

UTaC Team.

 
 
 
 
La recta y la torre de control.
 
 
 
El interior de los Box's
 
 
 
El cartel del marcador.
 
 
 
Otra vista de la Torre.
 
 
 
Tribuna chica.
 
 
 
Tunel
 
 
(c) 1999-2010 UTaC Team. Ultima actualización de ésta hoja: 26/03/2010
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